Cuando no tengas
un hombro donde llorar,
no olvides que hay un suelo
que espera tus rodillas,
para que te desahogues, respires
y te levantes nuevamente.
Así es ésto: 
ningún dolor es permanente,
entrégalo a los oídos del que nunca te abandonará...
De pie ante los hombres
de rodillas ¡sólo ante Dios!
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