Hoy me olvido y dejo a Dios, que se encargue de mi vida, ahora en los oscuros rincones de mi alma, su luz comienza a brillar.
Todas mis penas y preocupaciones que he padecido, en la vida se han hecho llevaderas con su ayuda, Él me ha quitado un gran peso de mis hombros, y ha llenado mi corazón de amor.
Los problemas que antes me abrumaran, de pronto me parecen tan insignificantes, y yo sé que las adversidades diarias de la vida, con su ayuda, las podré vencer.
Si tienes alguna pena,
¡OLVÍDALA!
y deja que Dios se haga cargo de tu vida.
Hijo/a mio/a:
Quiero que sepas, que no hay momento en que te suelte de mi mano; que no hay obstáculo que con mi poder no puedas vencer. No hay enemigo que pueda enfrentarte, si confías en mí... ¡ si tan solo confías en mí! Quiero que sepas, que en tus momentos de soledad más intensa, cuando creíste desfallecer, cuando mirabas y solo alcanzabas a ver una espesura negra, fue en ese tiempo cuando más cercano a mi corazón y con todo mi amor te sostuve aquí; y no te dejé caer.
Hoy es el día que abrirás los ojos y podrás ver todas mis bendiciones que tengo para ti:
para que tú las tomes y a los tuyos repartas paz, amor y provisión.
Y la corona de gloria que te prometí el día aquel, cuando fuiste humillado: hoy está sobre tu cabeza, eres mi hijo amado y puedes estar seguro que siempre lo serás.
Serás levantado como nunca jamás lo soñaste (ni en tus más audaces planes lo pensaste), pero esta es mi recompensa por tu fidelidad y por todo ese dolor, los castigos crueles que de muchos soportaste y todo lo hiciste por mí.
Este es tu día de victoria, ven dame tu mano, entra al gozo de tu Señor…
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