Permite que el Señor arranque de ti toda raíz amarga que se haya afianzado en tu ser. De no ser así, tarde o temprano, saldrá a la luz el fruto de esa amargura que Dios no quiere que lleves en tu interior. Si dejas que el Señor actúe en ti, quitando la amargura de tu corazón, el perdón y la disposición a amar a los que te han hecho daño aflorarán en ti y experimentarás la verdadera paz
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