Ser felices
Felices quienes contemplan en las noches serenas
alguna estrella diferente que de sentido a su vida
y lo apuestan todo por seguirla.
Felices quienes se enfrentan en el desierto de la vida
a lo desconocido, a las fieras que intentan devorarles,
a los propios miedos, al deseo de volver atrás.
Felices quienes llevan bien aferrado en su corazón
el mayor regalo que piensan gozar y ofrecer cuando,
en el momento oportuno, lleguen a su preciado destino.
Felices quienes miran más allá de las dificultades,
de los sufrimientos y de las alegrías, y prosiguen,
desde lo concreto, paso a paso, su propio camino.
Felices quienes no creen en apariciones
ni escuchan voces de lo alto,
sino que descubren la epifanía profunda del Misterio
en las personas y en los hechos diarios de la vida.
Felices quienes llegan al destino de su viaje
para adorar a Dios en la sencillez,
solidaridad y pobreza
de los más vulnerables de la historia.
Felices aquellos a quienes Dios les revela,
en los detalles más nimios de la existencia,
los mayores misterios que les conducirán
a su más profunda humanidad.
Felices quienes declaran festivos los días
en los que reciben las manifestaciones
de la presencia de Dios cuando hay signos de paz,
de liberación, de justicia, de solidaridad y amor.