Un niño estaba parado, descalzo, frente a una tienda de zapatos temblando de frío. Una señora se acercó y le dijo: "Mi pequeño amigo ¿qué estás mirando con tanto interés en esa ventana?". Él respondió: "Le estoy pidiendo a Dios que me de un par de zapatos".
La señora lo tomó de la mano y lo llevó adentro de la tienda y pidió a un empleado media docena de pares de medias para el niño y un par de zapatos. Preguntó si podría prestarle una tina con agua y una toalla y llevó al niño a la parte trasera de la tienda. Con cariño empezó a lavar los pies del niño y se los secó, luego le colocó las medias y los zapatos.
Ella acarició al niño en la cabeza y le dijo: "¡No hay duda pequeño amigo que te sientes más cómodo ahora!".
Mientras ella daba la vuelta para marcharse, el niño muy feliz, la alcanzó y la tomó de la mano, mirándola con lágrimas en los ojos le preguntó: "¿Es usted la esposa de Dios?. La Señora le respondió: "No, pero si soy una sierva de Dios y todo lo que le pidas de Corazón, él te lo dará".
Prosperidad
La abundancia infinita es mía en todo sentido.
Es natural dar de sí mismo, y recuerdo las palabras de Jesús: “dad y se os dará”. Elijo participar plenamente en la circulación y bendición del bien abundante de Dios: dando generosamente y recibiendo con agradecimiento.
La prosperidad es una experiencia dada por Dios. Soy próspero al sentir felicidad, salud y paz. Por medio de relaciones personales significativas, comunión con Dios y una vida llevada con propósito, soy prosperado en todo sentido. No necesito un gran número de bienes materiales para sentirme a gusto. Cuando mantengo una actitud de gratitud por todo lo que tengo, mis necesidades son satisfechas y mi bien viene a mí con facilidad y gracia. Veo el bien de Dios dondequiera que miro, ¡y soy próspero!
Dad y se os dará; medida buena, apretada, remecida y rebosando.—Lucas 6:38
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